Un regalo para esta semana…

Lo que tenga que suceder , sucederá.

Las cosas son como son, no podemos pretender que sean como nuestros intereses lo determinan. Para todo hay un plan divino  acorde a nuestro propio crecimiento.

Las cosas simplemente son como tienen que ser. 

Lo mejor que podemos hacer es mantenernos abiertas y flexibles, ligeras y livianas para que los procesos sucedan a través de nosotras en armonía y orden.

Y esa apretura y flexibilidad no puede ocurrir en un cuerpo que está todo el tiempo rígido, inseguro, asustado, inflamado, colapsado de toxinas. 

Mantenernos abiertas a la vida no es una idea mental, es un estado psicobiológico, es un estado de la mente y el cuerpo.

Si vamos por la vida con un cuerpo  tenso, rígido, pesado, inflamado, intoxicado vamos a experimentar el mundo sin apertura y relajación, y como consecuencia vamos a querer controlar todo todo el tiempo, lo que será súper poco favorable para nuestro desarrollo espiritual y para la buena salud en nosotras, y es que, por más que pretendamos controlar todo, realmente (y probablemente ya lo sabes) no podemos controlar nada, salvo la actitud que tomamos a la hora de  afrontar nuestras vivencias personales.

Para que podamos experimentar esta apertura podemos comenzar a trabajar directamente con el cuerpo, primero comenzando a observar las zonas en donde acumulamos tensión y empezar a liberarla del organismo, esto tómalo con una tarea diaria en la que varias veces en el día te detienes simplemente a relajar tu biológia, observando detenidamente tu respiración y realizando un mapeo corporal, puedes partir desde la palma de tus pies hasta la coronilla, pasar por cada territorio de tu cuerpo como si estuvieras contemplado  un ecosistema. Puedes ayudarte con tus manos realizando algunos toques suaves o quizás algún masaje amoroso que ayude a relajar la tensión. Puedes llevar tus manos a tu rodillas y quizás sentir la temperatura que tienen, también podrías tocar tus intestinos y hacer algunos masajes en ellos, puedes hacer un movimiento con tus manos como si estuvieras ayudando a vaciarlos, no tienes que presionar con fuerza, solo basta con que, siguiendo las manecillas del reloj, intentes crear alivio en tus sabios intestinos, puedes también poner tus manos en tus hombros y cuellos (qué tanta tensión acumúlamos en ellos), también es una buena idea  llevar la yema de los dedos a la piel  del rostro y simplemente sentir la sensación del tacto. Masajear  craneo, coronilla, orejas y cabello puede ser una excelente ayuda y junto con eso puedes quizás hacer algunos movimientos con el cuello girando suavemente hacia la derecha y la izquierda. Observando siempre que estés cómoda en la posición en la que te encuentras, si no estás cómoda, puedes quizás primero buscar una postura que también te transmita relajo.

Puedes ir más profundo aún y percibir como se encuentra tu hígado y tus riñones, poner tus manos sobre tus órganos y percibir su pulso, su temperatura y en un gesto amoroso puedes sonreírles e incluso puedes agradecerles por ser tan laboriosos. 

Tomar contacto con el corazón, observar sus  latidos, quedarnos ahí unos minutos contemplando la belleza del ritmo, la sabiduría del tiempo que nos tiene hoy aquí. Este sencillo y cotidiano gesto puede transformarse en un instante de profunda calma para ti. ¡Es como si meditaras al Corazón, sobrecogida en su latido!

Mientras tomamos contacto con  el maestro corazón podemos compartir una mirada atenta hacia el flujo de nuestra inhalación y exhalación, llevando un ritmo profundo y relajado,  circulando el aire en nuestros pulmones podemos sentir como el viento emerge naciendo y muriendo a través del cuerpo , llenándonos de vitalidad en cada instante.

Podemos detener la velocidad de nuestra mente a través del contacto con el cuerpo, porque el cuerpo nos trae de lleno hacia el momento presente. Y entre más tiempo aprendemos a estar y ser presentes con nosotros mismos, podemos ir despertando la sensación de seguridad interna  pero esta vez como un estado natural. Entonces nuestra necesidad de controlar, de manipular, de ser inflexibles y rígidos se irá transformando en aceptación y como consecuencia en apertura.

Tu sangre, tus tejidos, cada una de tus células pueden percibir este estado de relajo y ponerse en coherencia con tu bienestar. 

No tienes realmente que ir a ningún otro sitio, más que al espacio interno qué hay en ti, puedes cultivar el hábito de asentarte en tu presencia y aprender a estar cómoda en cada estado que emerge a través de tu cuerpo: alegría, miedo, enojo, culpa, vergüenza. A todo puedes darle un espacio y dejar que se mueva en el flujo impermanente de lo que nace y muere a través de ti. Aceptando, fluyendo, siendo flexible. 

La necesidad de control se irá disipando en la medida que reconozcas el espacio seguro en ti, esa seguridad te permitirá experimentar el mundo sabiendo que tienes todo lo que necesitas dentro de ti, que tu intimidad, que el tiempo contigo, que tus diálogos no son amenazante entonces recién en ese momento podrás sumergirte en el viaje de la impermanencia, no querrás retener absolutamente nada.